Ha de llegar el día en que todos los hombres de la ciudad, el país y el continente, sientan un deseo ineludible de abandonar sus camas, autos y albornoces para lanzarse ala carrera, a la loca carrera, hacia un lugar azul negro y espeso. Hacia un lugar sin sombra, vasto y profundo: el mar abierto.
Los hombres sentirán que sus carnes se debaten entre la quemazón y la pura rabia y perseguirán sin tregua los bordes de la tierra y del abismo. Desmenuzarán su piel esperando ver algo. Pero siempre, siempre, seguirán adelante, caminando hacia el terrible y hermoso mar que los aguarda intacto, lleno de la mierda negra que será el colofón de sus vidas.
Los hombres no pensarán en nada, sólo andarán, y andarán hasta llegar al acantilado, el puerto o a la playa. Y se arrojarán al mar, a ese pozo que tras lamerlos por los cuatro costados, los llenará de furor y corriente alterna. Y allí destrozarán su vaivén, camino de la locura y de la ultima salida de flujos corporales. Será mejor que la horca, la heroína o una puta.
Y entonces las mujeres se quedarán muy solas y sabrán qué hacer con su patito de goma.
JOAN RIPOLLÉS IRANZO